jueves, 9 de julio de 2009

LUNES SANGRIENTO 21 DE SEPTIEMBRE DE 1846 MONTERREY

Por Ahmed Valtier
El presente material es un breve avance de un libro histórico que actualmente estoy escribiendo sobre el enfrentamiento bélico ocurrido en Monterrey en septiembre de 1846, durante la Invasión Norteamericana. Este trabajo es el resultado de cuatro años de investigación en bibliotecas, archivos y universidades de México y de Estados Unidos. Está basado en fuentes históricas de primera mano, como reportes oficiales, documentos del gobierno, relatos de participantes, periódicos y revistas contemporáneos, memorias, cartas y diarios personales, muchos de los cuales no habían sido publicados antes. El siguiente extracto proviene del capítulo titulado:
"Lunes Sangriento". En la hondonada a más de una milla de distancia de la ciudad la División de Voluntarios del Gral. Butler aún continuaba inactiva. Ocultos en parte por la ligera pendiente y justo detrás del mortero del Major Munroe, los Regimientos de Mississippi, Tennessee, Ohio y Kentucky permanecían desplegados en línea de batalla, mientras los soldados descansaban sobre sus armas. Desde ahí el ataque de la Brigada de Garland en el extremo oriente de Monterrey podía ser escuchado con toda claridad, en un frenesí que parecía ir en aumento. Al principio sólo había sido el rugido de la artillería. Ahora era mezclado con rápidas descargas de fusilería. Una tensa ansiedad comenzó a reinar en los voluntarios. Soldados inquietos podían ser vistos entre las filas desabrochándose y abrochándose los botones de su uniforme, o poniendo y quitando la bayoneta al mosquete. Otros simplemente contaban una y otra vez las 40 municiones de su cartuchera Un soldado del Regimiento de Tennessee escribió: "El intermitente estallido del cañón y el incesante ruido de armas cortas, aumentando fuerte y violentamente, nos indicó que la acción se desarrollaba con furia". El mismo Gral. Taylor subió a la cresta de la hondonada para intentar observar. Su figura serena e inmóvil montando sobre "Old Whitey" en lo alto de la pendiente, le pareció a un testigo como "la imagen de una estatua ecuestre". Sin embargo desde aquel lugar nada podía ser distinguido. La ciudad parcialmente oculta por árboles y campos, estaba envuelta por espesas nubes de humo. Resultaba evidente que la maniobra de distracción de las tropas regulares norteamericanas se estaba convirtiendo en un ataque en forma sobre la ciudad. "Se nos están adelantando" -comentó el Coronel Jefferson Davis a uno de sus oficiales mientras recorría las filas de su regimiento aún inactivo y en espera de órdenes. . Pero los efectos de la batalla pronto surgirían ante los ojos de los nerviosos voluntarios. A lo lejos, sobre la izquierda de la hondonada, algunas figuras solitarias aparecieron en la llanura caminando en dirección contraria a la ciudad. Eran soldados heridos, que tambaleándose y ensangrentados se dirigían por su propio pie a la retaguardia en busca de asistencia médica. Detrás de ellos en pequeños grupos otros soldados venían cargando a heridos más graves, muchos de estos gimiendo y gritando de dolor, ya en algunos casos -como el del Teniente Dilworth- literalmente se encontraban con piernas casi cercenadas. Finalmente a este extraño cortejo le sucedía un mayor número de soldados descarriados, en su mayoría pertenecientes al Batallón de Baltimore-Washington, que después de que sus filas fueron rotas habían corrido y huido del combate. Ubicados entre los chaparrales los cirujanos de la Primera División de Regulares se prepararon para recibir la afluencia de heridos que sabían no tardaría en llegar hasta ellos; y de la misma forma que sus colegas de la División de Voluntarios, los doctores Thomas Madison y W. R. Smith desplegaron sus vendajes e instrumentos sobre la hierba. A este grupo se unió también el Dr. Presley Craig, Cirujano en Jefe, listo para prestar su ayuda. Otro de los médicos que se encontraba entre los chaparrales era el Dr. Natham S. Jarvis. Como cirujano del Tercer Regimiento de Infantería Jarvis era un reconocido médico dentro del Ejército Regular Norteamericano. Originario de Nueva York, había iniciado su carrera en 1833 como Asistente de Cirujano asignado a un lejano puesto militar de la frontera Oeste, el Fuerte Crawford, en el Territorio de Wisconsin; sitio en donde había servido bajo el mando del entonces Coronel Zachary Taylor, comandante de aquel puesto. Ahora, 13 años después y en la llanura frente a Monterrey, el Dr. Jarvis se dispuso a la práctica de todos sus conocimientos y habilidades como cirujano militar, en cuanto una partida de hombres llegó trabajosamente hasta él, cargando a los primeros heridos de la batalla. En una descriptiva carta dirigida a un colega médico en Nueva York y posteriormente publicada en el New York Medical Journal de marzo de 1847, el Dr. Jarvis escribió refiriéndose a aquellos momentos: "¿ fue entonces que mis labores profesionales comenzaron. El más cercano y único refugio que se me presentó para los heridos, que llegaban a cada instante, fue una depresión o hueco en el terreno, de unos 4 ó 5 pies de profundidad y de la misma medida de ancho. Varios de éstos estaban contiguos, así que ordené que los heridos fueran llevados ahí". Aun sin imaginarlo, para al caer la tarde esa decisión resultaría de vital importancia, ya que salvaría no sólo la integridad de sus heridos sino también su propia vida
CORREO: revista@atisbo.net

LIGAS INTERESANTES:

1.- http://www.meduconuanl.com.mx/media/pdf/2004vol6_no25_a9_161021542.pdf

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